16 de febrero de 2025

Mi alma tiene prisa (Poema golosinas)

He contado mis años y descubrí que tengo menos tiempo que vivir de aquí en adelante, del que ya vivíhsta ahora.

Me siento como un niño que recibió un paquete de dulces: disfrutó ligeramente los primeros, pero cuando se dio cuenta de que quedaban pocos comenzó a saborearlos con mayor intensidad.

Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada. 

Ya no tengo tiempo que perder con gente absurda, con aquellos que, a pesar de su edad, no han madurado.

Mi tiempo es demasiado escaso y valioso para desperdiciar energía en discusiones inútiles, orgullo estéril y superficialidad. 

Quiero la esencia, mi alma tiene prisa… Sin muchos dulces en el paquete…

Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana, autentica, que saben reírse de sus propios errores,

que no están envejecidos ni hinchados de orgullo por los éxitos, que no huyen de sus responsabilidades.

Quiero caminar con quienes defienden la dignidad humana, que cree en la verdad y la honestidad.

Lo esencial: esto es lo que da sentido a la vida,

lo que lo hace hermoso y precioso.

Quiero rodearme de personas que sean capaces de tocar mi corazón y el de los demás,

de aquellos que, a través de las pruebas de la vida, han ablandado el alma en lugar de endurecerla.

Sí, tengo prisa.

Tengo prisa por vivir con esa intensidad que sólo la madurez puede dar.

No quiero desperdiciar ni uno solo de los dulces que me quedan.

Sé que quedarán aún más deliciosos que los que ya he probado.

Mi objetivo es llegar satisfecho y en paz hasta el final, con un corazón tranquilo, rodeada de las personas que amo y en armonía con mi conciencia.

Dicen que tenemos dos vidas, y que la segunda comienza cuando nos damos cuenta de que sólo tenemos uno.

Estoy en mi segunda vida y ya no tengo tiempo para nada más que la felicidad.

Mario de Andrade

Brasil, 1893-1945.

6 de febrero de 2025

No es fácil envejecer

 


No es fácil envejecer,
te tienes que acostumbrar
a caminar más despacio,
a despedirte de quien eras
y saludar a quien te has convertido.

Es difícil esto de cumplir años,
hay que saber aceptar tu nuevo rostro
y pasear con orgullo tu nuevo cuerpo,
desprenderse de vergüenzas,
de prejuicios y del miedo que dan los años,
y dejar que pase lo que tenga que pasar,
dejar que se vaya quien se tenga que ir,
y dejar que se quede el que se quiera quedar.

No, no es fácil esto de hacerse viejo,
hay que aprender a no esperar nada de nadie,
a caminar solo, a despertar solo
y a que no te atrape cada mañana
el tipo que ves frente al espejo,
aceptar que todo se acaba
y la vida también,
saber despedirse de los que se van
y recordar a los que ya se fueron,
llorar hasta vaciarse
hasta secarse por dentro,
para que crezcan nuevas sonrisas,
otras ilusiones y nuevos anhelos.

Alejandro Jodorowsky

3 de febrero de 2025

La gallina endiablada


La serpiente mordió a la gallina, y con el veneno ardiendo en su cuerpo, buscó refugio en su gallinero. 

Pero las demás gallinas prefirieron expulsarla para que el veneno no se propagara.

La gallina salió cojeando, llorando de dolor. No por la mordida, sino por el abandono y el desprecio de su propia familia en el momento en que más los necesitaba.

Así se fue... ardiendo de fiebre, arrastrando una de sus patas, vulnerable a las noches frías. 

Con cada paso, una lágrima caía.

Las gallinas en el gallinero la vieron alejarse, observando cómo desaparecía en el horizonte. Algunas decían entre sí:

— Que se vaya... Morirá lejos de nosotras.

Y cuando la gallina finalmente se desvaneció en la inmensidad del horizonte, todas estaban seguras de que había fallecido. 

Algunas incluso miraban al cielo, esperando ver buitres volando.

Pasó el tiempo.

Mucho después, un colibrí llegó al gallinero y anunció:

— ¡Su hermana está viva! Vive en una cueva muy lejos de aquí. 

Se recuperó, pero perdió una pata por la mordida de la serpiente.

 Le cuesta encontrar comida y necesita su ayuda.

Hubo un silencio. Luego comenzaron las excusas:

— No puedo ir, estoy poniendo huevos...

— No puedo ir, estoy buscando maíz...

— No puedo ir, tengo que cuidar a mis pollitos...

Así, una por una, todas rechazaron la petición. El colibrí regresó a la cueva sin ayuda.

Pasó el tiempo nuevamente.

Mucho después, el colibrí volvió, pero esta vez con una noticia dolorosa:

— Su hermana ha fallecido... Murió sola en la cueva... No hay quien la entierre ni quien la llore.

En ese instante, un peso cayó sobre todas. Un profundo lamento llenó el gallinero.

Quienes ponían huevos, pararon.

Quienes buscaban maíz, dejaron las semillas.

Quienes cuidaban polluelos, los olvidaron por un momento.

El arrepentimiento dolía más que cualquier veneno. ¿Por qué no fuimos antes?, se preguntaban.

Y sin medir la distancia ni el esfuerzo, todas partieron hacia la cueva, llorando y lamentándose. Ahora sí tenían un motivo para verla, pero ya era tarde.

Al llegar a la cueva, no encontraron a la gallina... Solo hallaron una carta que decía:

"En la vida, muchas veces las personas no cruzan la calle para ayudarte cuando estás vivo, pero cruzan el mundo para enterrarte cuando mueres. 

Y la mayoría de las lágrimas en los funerales no son de dolor, sino de remordimiento y arrepentimiento".