19 de mayo de 2023

Cuando yo era niño...


Cuando yo era niño, las clases comenzaban en Septiembre descansábamos en Semana Santa, Navidad y año Nuevo y el año Escolar terminaba en Junio. Había algo raro también, los maestros no se enfermaban no recuerdo que los maestros faltaran dos días seguidos.

Si el maestro te regañaba, no te convenía decir nada en tu casa porque seguro te volvían a regañar y de paso un castigo.

Ni la lluvia impedía faltar al colegio, porque era como tu segunda casa, daban ganas de ir. (Y regresar a casa empapado de agua de lluvia era un gran placer)

El maestro se le respetaba, era como si te regañaran tus propios padres.

Los recreos eran divertidos, nadie andaba pensando en hacer cosas indebidas. Los maestros tomaban café en la cafetería y nos cuidaban en el patio.

Era un honor llevar y traer los libros del profesor, buscar el mapamundi en la dirección o biblioteca, pedir tizas o tocar el timbre. Cuando nos daban la carpeta de asistencia de maestros para llevarlo a los salones era un verdadero honor. Si pedíamos permiso una vez para ir al baño teníamos que volver a la mayor rapidez posible. Nos turnabamos para borrar el pizarrón y sacudir los borradores y también era un honor llegar temprano.

Que honor tan grande cuando estabas en formación en los honores a la Bandera y que mencionaran tu nombre para salir al frente y que te colocaran la banderita. Qué alegría enorme era contarle a Mamá "izamos bandera " y llegar con la bandera colgada con un ganchito puesta en la camisa.

Jugar pelota , saltar la cuerda , el quemado, al trompo, canicas, tomar distancia en la fila...

Nos enseñaban que Colón descubrió América y que Miguel Hidalgo fué el Libertador... era un reto aprender sobre la historia de Méxicoy el mundo... Hoy muchos jóvenes no saben ni el significado de la palabra "bicentenario"....

No sé cuándo aprender historia, pasó a un segundo plano, no sé cuándo los maestros comenzaron a enfermar para necesitar un remplazo y el remplazo otro suplente...

Desde cuándo los padres golpean a los maestros o desde cuándo los mismos alumnos sacan su furia contra ellos.

Cuándo fue que revisar las cabezas, el corte de cabello, uñas, ausencia de maquillaje en las niñas, el largo de la falda y el estado del uniforme en general, pasó de ser un acto de salubridad a una discriminaciónla.

Cuándo un acto patrio sólo fue un feriado... No sé cuando se perdió la escuela como institución, cuándo se perdieron los valores, el respeto a los maestros como ejecutores de enseñanza.

Si esto es el progreso... perdón señores, pero si esto es progreso, que atrasados andamos.

Tomado de una publicación en Facebook, autor desconocido

13 de mayo de 2023

"LETICIA, PIOJOS Y CUENTOS"


"LETICIA, PIOJOS Y CUENTOS"
 
Leticia fue mi alumna en la escuela "Justo Sierra", en plena sierra. Tenía once años de edad.

Once años conociendo las carencias y la mugre de la vida.

Siempre con la misma ropa, heredada por una tradicional necesidad familiar.

Once años batallando con los bichos de día y de noche.

Con una nariz que como vela escurría todo el tiempo.

Con el pelo largo y descolorido sirviendo de tobogán a los piojos.

Aun así, era de las primeras en llegar a la escuela.

Tal vez iba por los momentos necesarios para soñar que era lo que no; aunque enfrentara el rechazo y el asco de los demás.

A la hora del trabajo en equipo nadie la quería.

No dieron la oportunidad para demostrar qué tan inteligente era: el repudio fue lo que Leticia conoció.

Me desconcertaba el hecho de ver que algunos varones con características semejantes a las de Leticia eran aceptados por el resto de las niñas y los niños, pero no ocurría lo mismo con Leticia y las niñas.

A mí solo se me ocurría hacer recomendaciones que nunca fueron atendidas.

En ese tiempo me preguntaba:

¿De qué sirve leer cuentos a esos niños que no han comido?;

¿serviría de algo alimentarlos con fantasías?

Yo creía que sí, pero no sabía hasta dónde.

Constantemente les brindaba relatos, sobre todo en la mágica hora de lecturas, dos veces por semana.

Un día conté "La Cenicienta" y cuando llegué a la parte en que el hada madrina transformó a la jovencita andrajosa en una bella señorita de vestido vaporoso y zapatillas de cristal, Leticia aplaudió frenéticamente el milagro realizado.

Había una súplica en su rostro que provocó la burla de los que no tenían la misma capacidad ni la misma necesidad de soñar.

Esta vez hubo recomendaciones y regaños.

En otra ocasión, pregunté a mis alumnas y alumnos: ¿Qué quieren ser cuando sean grandes?

Y el cofre de sus deseos se abrió ante mí: alguien quería ser astronauta, aunque al pueblo ni el autobús llegaba; otros querían ser maestros, artistas o soldados.

Cuando le tocó el turno a Leticia, se levantó y con voz firme dijo:

“¡Yo quiero ser doctora!"

y una carcajada insolente se escuchó en el salón.

Apenada, se deslizó en su banca invocando al hada madrina que no llegó.

Mi labor en esa escuela terminó junto con el año escolar.

La vida siguió su curso.

Después de quince años, regresé por esos rumbos, ya con mi nombramiento de base.

Hasta entonces encontré algunas respuestas y otras preguntas.

Las buenas noticias me abordaron en autobús, antes de llegar al crucero donde trasbordan los pasajeros que van al otro poblado.

Llegaron en la presencia de una señorita vestida de blanco.

-¡Usted es el maestro Víctor Manuel!... , ¡usted fue mi maestro! _me dijo_ sorprendida y sonriente.

El que podía encantar serpientes con las historias que contaba.

Halagado, contesté:

_Ese mero soy yo.

_¿No me recuerda, maestro? _Preguntó, y continuó diciendo con la misma voz firme de otro tiempo- yo soy Leticia ... y soy doctora ...

Mis recuerdos se atropellaban para reconstruir la imagen de aquella chiquilla que en otro tiempo nadie quería tener cerca.

Se bajó en el crucero dejando, como La Cenicienta, la huella de sus zapatillas en el estribo del autobús...

Y a mi con mil preguntas.

Todavía alcanzó a decirme: - Trabajo en Parral... búsqueme en la clínica tal... y se fue…

Un día fui a la clínica que me dijo y no la encontré.

No la conocían ni la enfermera ni el conserje.

¡Era demasiada belleza para ser verdad!

"Los cuentos son bellos pero no dejan de ser cuentos", me lamentaba.

Arrepentido de haber ido, y casi derrotado, encontré a la directora de la clínica y hablé con ella.

Lo que me dijo, revivió mi fe en la gente y en la literatura:

_La doctora Leticia trabajaba aquí _me contó_.

Es muy humana y tiene mucho amor por los pacientes, sobre todo con los más necesitados.

_Esa es la persona que yo busco _asi grité.

_Pero ya no está con nosotros _dijo la directora.

_¿Se murió? _Pregunté ansioso.

_NO, COMO CREE, La doctora Leticia solicitó una beca para especializarse y la ganó... ahora está en Italia.

Leticia sigue aprendiendo más y enseñando sus secretos para luchar.

Yo sigo queriendo saber hasta dónde llega el poder de las palabras; ¿Cuál es el sortilegio para encantar a las serpientes que jalan a los descobijados?; como profesor, ¿qué puedo hacer para equilibrar la balanza de la justicia social ante casos parecidos?; ¿Cuándo empezó el despegue de los sueños de Leticia en cuanto al resto de sus compañeras y compañeros?; ¿Dónde radica la fortaleza de las mujeres que superan cualquier expectativa?

Ya no quiero ser el maestro de Leticia: Ahora quiero aprender.

Quiero que me enseñe cómo evoluciona una oruga hasta convertirse en ángel y, sobre todo, quiero descubrir, ¿Cuál fue la varita mágica que la convirtió en la princesa del cuento?

El maravilloso poder de las palabras.

Tomado de Leyendas & Mitos