15 de julio de 2025

Poema sobre la Vejez


¿Qué cuántos años tengo?

¡Qué importa eso!

¡Tengo la edad que quiero y siento!

La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.

Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido...

Pues tengo la experiencia de los años vividos

y la fuerza de la convicción de mis deseos.

¡Qué importa cuántos años tengo!

¡No quiero pensar en ello!

Pues unos dicen que ya soy viejo,

y otros "que estoy en el apogeo".

Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,

sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.

Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,

 para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos,

rectificar caminos y atesorar éxitos...

Ahora no tienen por qué decir: ¡Estás muy joven, no lo lograrás!...

¡Estás muy viejo, ya no podrás!..

Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,

pero con el interés de seguir creciendo.

Tengo los años en que los sueños,

se empiezan a acariciar con los dedos,

las ilusiones se convierten en esperanza.

Tengo los años en que el amor,

a veces es una loca llamarada,

ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.

 y otras...es un remanso de paz, como el atardecer en la playa...

¿Qué cuántos años tengo?

No necesito marcarlos con un número,

pues mis anhelos alcanzados,

mis triunfos obtenidos,

las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas.

¡Valen mucho más que eso!

¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!

Pues lo que importa: ¡Es la edad que siento!

Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.

Para seguir sin temor por el sendero,

pues llevo conmigo la experiencia adquirida

y la fuerza de mis anhelos

¿Qué cuántos años tengo?

 ¡Eso!..¿A quién le importa?

Tengo los años necesarios para perder ya el miedo

 y hacer lo que quiero y siento!!.

Que importa cuántos años tengo, 

 O cuántos espero, si con los años que tengo,

 ¡Aprendí a querer lo necesario y a tomar sólo lo bueno!

Autor:  JOSÉ SARAMAGO 

21 de junio de 2025

CARTA CHUSCA ESCRITA CON 120 AÑOS DE ANTIGÜEDAD.


__Esta carta es una muestra del ingenio popular, se tiene conocimiento de que el autor de este texto chusco es el presbítero Don José María de la Mora González originario de Tepatitlán Jalisco, lo escribió cuando estudiaba para sacerdote en el seminario Mayor de San José de la capital tapatía, y lo leyó en una fiesta de un grupo de seminaristas Tepatitlenses, celebrada en ese plantel el día 4 de Mayo de 1904.

         El texto, expresión de la picaresca Jalisciense, y que fue leído por primera vez hace ya ciento quince años, se ha respetado intencionalmente la pésima Ortografía de la carta original.

___Pa’ mijo que está estudiando pa padre.   

 ___  Tepatitlán Mayo 4 

___Querido hijo de tu padre y de tu madre:

    No te almires de que te emboquille 2 cartas en esta mesma cubierta, hago esto porque si se perdiere alguna en el camino; pero si por casualidá las 2 puedes romper una.

     En este pueblo tenemos mucho brete con una luz que nos pusieron que disque se nombra letrica, aunque yo creo que es cosa del diablo, porque, ¡si vieras que luz tan rala!... sigún eso la manteca corre por los alambres; nosotros como las chicatanas encandilaos y dándonos porrazos unos con otros. Te alvierto que no se prienden cigarros en ella, ni se apaga a soplidos; pero lo que nos tiene más abismaos es que se priende sola y con esto llevamos buen susto el otro día que se prendió, hay tienes nomas que veníamos de la plaza muy quitados de la pena, comiéndonos un bocadillo y cuando llegamos a la casa y vimos el aparatito ardiendo creívamos que se abian metido los ladrones, tu madre se atacó y gruñía más que una puerca atorada, nosotros empezamos a gritar pidiendo auxilio; avienta unos padrenuestrazos por nosotros que les tenemos mucho miedo a los alambres y tú que eres tan leído y escrebido escurre algo a haber si adevinas la treta que tiene esa luz, pa que cuando vengas al rancho le pongan a tu madre un aparatito desos en la tronera por que el aire que se le mete por la chimenea seguido se le apaga la mecha que pone en el tepalcate de la arandela.

Me mercas un Divino Rostro de cuerpo entero porque quero pagarle una manda; Bartola tenía unas vascas por detrás , se las contuvo y la curó de la tis insolvida y por eso le prometí al Divino Rostro unos calzones y quero pagárselos. También me mercas un Mapa mundi de Tepatitlán que tenga pintao el rancho de la Tuna aigria con todo y el corral dontá encerrada la bestia de mi comadre que tengo pleito casao con ella en el juzgao y quero ver hasta dónde llegan los terrenos.

No me quedan más que veintiocho puercos, porque a la malvada puerca de tu madre le salió roña y la heché al jabón.

     Te mande un peso y diez reales y te encargo que te retrates antes que los gastes pa que te los heches a la bolsa pa que salgas pintao como rico y no como pelao; si el retratero tiene agua florida dile que teleunte pa que te saque goliendo a curro.

   ¿Ya resebites unos zapatos que temvié por el telefregao? Aunque jiedan no les tengas asco eran de Bartola, nomás que ya no los quere porque le aprietan mucho las patas y dice que parece que se las muerden.

    Robaron a tu tia Quirina la del fináo Toribio, le hicieron a la probe un portillo por detrás, se le metieron y le robaron los burros quera lúnico que contaba, la probe no jalla que hacer está muy atiriciada y cada vez que olle rebuznar un burro se acuerda de su marido y comienza a llorar.

        Dile al hijo de mi compadre Tanasio que nole aviso de la muerte de su madre por que no se sosprenda y le valla a pagar un arsidente, que se prepare poco a poquito pa que cuando le llegue el papel no se sosprenda.

      Corté unos orcones pacerte un catre de otates y las mujeres te están haciendo una sobre-cama de trapos, pa que cuando vengas te pongan tu cama como pa una principa, pero no quero que por esto ballas a agarrar orgullo. 

     No te digo más que apriendas tus liciones, alcabo tu tienes grande cabeza y pa que te ayude encomiéndate aquel diablo de Santo brutísimo de grande que tiene por detrás Santa Monica.

  No te dejes destantear de los amigos, vete reuto en tu estudio paque tu carrera no vaya a tener ningún gierre y que por esta causa estes  estudiando pa Papa, y salgas camote.

___INVESTIGACIÓN DE LA MAESTRA ROSALBA MERCADO MORA.

CUQUIO HÁBITAT

Fomentando el sentido de pertenencia y la lectura.___

Tomado de Hospicio Cabañas Antíguo (Facebook)

12 de mayo de 2025

Cuando puedas, vuelve.


Cuando puedas, vuelve. 

Tan solo un ratito, lo

 suficiente como para

 mirarte a los ojos una 

vez más y tomar tu mano.

 Vuelve así sin avisarme, 

a cualquier hora del día.

 Yo no te estoy esperando,

 pero me encantaría volverte

 a ver, tan solo una vez más.

 Es que aquí siento

 demasiado frío y necesito

 uno de tus abrazos. 

Quizás no sepas la falta que

 me haces, por eso te pido...

 vuelve. 

No Te prometo que no voy a

 llorar, o intentaré retenerte.

Simplemente, quiero ver tu

 sonrisa una vez más,

 aunque sea una última vez. 

Es que me quedo un

 huequito en el corazón, y es

 por ahí donde se cuelan los

 suspiros, los recuerdos. 

Por eso, vuelve... y tápalo

 con una última palabra.

 Vuelve con un abrazo que

 me reconstruya el alma, 

que selle todas las fisuras

 que provocó tu ausencia.

 Vuelve... y te dejara partir 

sin un reproche, con mi

 mejor sonrisa.

Vuelve para despedirme

 como debí haberlo hecho.

 Cuando quieras, cuando

 puedas, date un vueltita 

por mis sueños. 

Y después, vuelve a tu lugar,

 ahí donde te escapaste tan rápidamente sin nada en los

 bolsillos, sin equipaje... 

ahí donde yo ya no puedo verte.


1 de mayo de 2025

Siempre odié a mi padre porque era mecánico de motos y no médico o abogado como los padres de mis amigos

 

Cada vez que llegaba a mi escuela secundaria montado en su vieja Harley, con su chaleco de cuero manchado de aceite y su barba gris ondeando al viento, la vergüenza me quemaba el pecho.

Delante de mis amigos, ni siquiera lo llamaba “papá”; para mí era “Frank”, una distancia deliberada que construí entre nosotros.

La última vez que lo vi con vida, rechacé su abrazo.

Era mi graduación universitaria, y los padres de mis compañeros estaban allí vestidos de trajes elegantes y collares de perlas.

Frank llegó con su único pantalón decente y una camisa de botones que no podía ocultar los tatuajes descoloridos en sus antebrazos. Cuando se acercó para abrazarme después de la ceremonia, retrocedí y le ofrecí un frío apretón de manos.

El dolor en sus ojos me persigue hasta hoy.

Tres semanas después, recibí la llamada.

En un paso de montaña lluvioso, un camión de troncos cruzó la línea central.

Dijeron que Frank murió instantáneamente cuando su moto se deslizó bajo las ruedas del camión.

Recuerdo haber colgado el teléfono y sentir… nada.

Solo un vacío donde debería haber habido dolor.

Regresé a nuestro pequeño pueblo para el funeral.

Esperaba una despedida modesta, tal vez unos pocos amigos de copas del bar donde pasaba los sábados por la noche.

En cambio, encontré el estacionamiento de la iglesia lleno de motocicletas — cientos de ellas, con motociclistas de seis estados diferentes alineados en silencio, cada uno llevando un pequeño lazo naranja en su chaleco de cuero.

Una anciana, al verme mirar, se acercó y explicó:

“Es el color de tu padre. Frank siempre usaba ese pañuelo naranja. Decía que era para que Dios lo viera más fácilmente en la carretera.”

No sabía eso.

Había tantas cosas que no sabía.

Dentro de la iglesia, escuché a un motociclista tras otro ponerse de pie para hablar.

Lo llamaban “Hermano Frank” y compartían historias que jamás había escuchado — cómo organizaba paseos benéficos para hospitales infantiles, cómo atravesaba tormentas de nieve para llevar medicinas a ancianos recluidos, cómo nunca pasaba junto a un automovilista varado sin detenerse a ayudar.

“Frank me salvó la vida,” dijo un hombre con lágrimas en los ojos.

“Hoy llevo ocho años sobrio porque él me encontró en una zanja y no se fue hasta que acepté buscar ayuda.”

Ese no era el padre que yo conocía. O que creía conocer.

Tras la ceremonia, una abogada se acercó a mí.

“Frank me pidió que te entregara esto si algo le pasaba,” dijo, entregándome una vieja bolsa de cuero gastado.

Esa noche, solo en mi habitación de la infancia, abrí la bolsa.

Dentro había un sobre con mi nombre escrito con la letra tosca de Frank, una pequeña caja y un manojo de documentos atados con el pañuelo naranja.

Primero abrí la carta:

Querido hijo,

Nunca fui bueno con las palabras bonitas, así que seré breve.

Sé que el título de “mecánico de motos” te avergonzaba.

Tú eres demasiado inteligente como para acabar apretando tornillos como yo; ese nunca fue tu destino.

Pero escucha bien: un hombre se mide por las personas a las que ayuda, no por las letras que lleva en su tarjeta de presentación.

Todo lo que hay en esta bolsa es tuyo. Úsalo como quieras.

Si decides no hacerlo, monta mi Harley hasta las afueras del pueblo y dásela al primer motociclista que parezca necesitar un respiro.

Pero prométeme una cosa: no desperdicies tu vida escondiéndote de quién eres o de dónde vienes.

Te amo más de lo que el cromo ama al sol.

Tu padre.

Mis manos temblaban.

Abrí el manojo de papeles: libretas contables escritas a mano, recibos de donaciones, extractos bancarios.

Las pequeñas notas de Frank mostraban cada centavo que había ganado y cuánto había donado en secreto.

El número final me dejó sin aliento: más de 180.000 dólares en donaciones a lo largo de quince años — una fortuna para un salario de mecánico.

Después abrí la pequeña caja de madera.

Dentro había una cinta adhesiva con la inscripción:

“Para el hijo que nunca aprendió a montar,”

dos llaves sujetas a un llavero de bujía, y el título de propiedad:

la Harley ahora era mía.

A la mañana siguiente, la curiosidad me llevó hasta el taller.

Con un café que sabía a alquitrán quemado, encontré a Samira, la socia de Frank, una mujer delgada y enérgica.

“Él sabía que vendrías,” dijo, empujando una carpeta hacia mí sobre el mostrador.

“El año pasado creó esta beca. El primer premio se entregará el próximo mes. Aunque los papeles dicen Fundación Frank & Hijo, él la llamaba Beca del Lazo Naranja, en honor a su pañuelo. Pensaba que tú ayudarías a elegir al estudiante.”

Casi me reí: yo, el que siempre se avergonzó de su grasa bajo las uñas, ahora encargado de premiar la bondad y el esfuerzo.

Samira señaló un tablón lleno de fotografías:

Polaroids de Frank enseñando a jóvenes a cambiar su primer filtro de aceite, caravanas de motociclistas llevando suministros médicos, niños abrazando grandes cheques de beneficencia.

“Solía decir,” recordó Samira,

“algunos arreglan motores. Otros usan los motores para arreglar personas.”

Todavía entumecido, pero empezando a entender, me puse su pañuelo naranja y monté la Harley una semana después.

Tropecé varias veces en el estacionamiento vacío donde Samira me dio un curso intensivo.

Pero esa mañana era diferente.

Era el día del tradicional paseo benéfico que Frank solía liderar para el hospital infantil.

Cientos de motociclistas se reunieron.

Un veterano de cabello gris me extendió la bandera ceremonial de Frank.

“¿Te animas a liderar?” preguntó.

Sentí un nudo en el estómago.

Entonces oí una voz pequeña:

“Por favor, hazlo,” rogó una niña en silla de ruedas, suero al costado, la coleta atada con un lazo naranja.

“Frank dijo que tú lo harías.”

Avancé, tomé la bandera y tragué el nudo en mi garganta.

El rugido de los motores detrás de mí sonó como una oración entrelazada con truenos.

Con escolta policial, avanzamos lentamente hasta el Hospital Infantil Pine Ridge.

Las aceras estaban llenas de personas agitando lazos naranjas.

En la puerta del hospital, Samira me entregó un sobre.

“Tu padre ahorró para pagar la operación de un niño el año pasado.

Hoy, los motociclistas duplicaron esa cifra.”

Dentro había un cheque por 64.000 dólares y una carta del cirujano autorizando la cirugía de columna de la niña.

Ella me miró con ojos brillantes:

“Señor Hijo de Frank, ¿puede firmar el cheque?”

Las lágrimas surgieron por primera vez desde el funeral.

Firmando, dije:

“Llámame el hijo de Frank. Creo que finalmente lo merezco.”

Más tarde, mientras los motociclistas compartían historias con café tibio, la directora del hospital me llamó aparte.

“Debes saber,” me dijo,

“que tu padre rechazó hace veintitrés años un puesto de tornero en una empresa de dispositivos médicos. Pagaban el triple de lo que ganaba en el taller.

Lo rechazó porque tu madre estaba enferma y necesitaba tiempo para cuidarla.”

Quedé atónito.

Mi madre murió de leucemia cuando yo tenía ocho años.

Solo recordaba a Frank faltando al trabajo para llevarla a quimioterapia y frotándole los pies por las noches.

Pensé que no tenía ambiciones.

Pero las había dejado de lado… por nosotros.

Aquella noche, en mi habitación de la infancia, volví a leer su carta.

Las palabras ahora parecían un mapa dibujado en lápiz de grasa.

De repente, mi título universitario se sintió insignificante junto a la hoja de balance de compasión de mi padre.

Tomé una decisión.

Vendí la mitad de los fondos de la beca para comprar herramientas adaptativas que Samira había estado buscando.

Transformamos una parte del taller en un programa vocacional gratuito para jóvenes en situación de riesgo.

Tres meses después, en el que habría sido el 59º cumpleaños de Frank, realizamos la primera clase.

Una torta en forma de bujía, pizzas grasientas, una pizarra abollada y diez chicos.

Me paré bajo una bandera que decía “Ride True”.

Les conté sobre un mecánico testarudo que midió su vida en vidas reparadas.

Al mediodía, cuando sonaron las campanas de la iglesia de Santa María, el veterano de cabello gris me entregó algo: el viejo pañuelo naranja de mi padre, limpio y doblado.

“Las millas de la carretera pertenecen a quien tenga el valor de recorrerlas,” dijo.

“Y tú, parece, ya lo tienes.”

Antes pensaba que los títulos eran pasaportes hacia el respeto.

Ahora sé que el respeto se gana por las personas que elevas en el camino, no por lo que haces.

Frank creó un hijo testarudo que tardó demasiado en valorarlo, pero también creó vecinos, amigos y extraños que nunca lo olvidarán.

Si estás leyendo esto en un tren abarrotado o en una tranquila terraza, recuerda:

el mundo no necesita más currículums perfectos.

Necesita más manos abiertas y motores impulsados por la compasión.

Llama a casa mientras aún puedas.

Abraza a quienes te avergüenzan; puede que descubras que su valentía era la fuerza que siempre te faltó.

Gracias por recorrer esta historia conmigo. Si te ha inspirado, compártela. Allá afuera, alguien podría estar esperando su propio momento de lazo naranja.

Tomado de amoadios.blog

24 de abril de 2025

El robo al banco

 

Un ladrón entró al banco gritando a todos:

"Que nadie se mueva, el dinero no es de ustedes, su vida en cambio les pertenece".

Todos en el banco, en silencio y lentamente se tiraron al piso.

A esto se llama:

"CONCEPTOS PARA CAMBIAR MENTALIDADES"

Cambia la manera convencional de pensar en el mundo".

En eso, una mujer se acostó provocativamente en uno de los escritorios, pero el ladrón le gritó:

"Por favor, compórtese, ¡se trata de un robo, no de una violación"

Esto se llama:

"SER PROFESIONAL"

¡Enfócate en lo que estás especializado en hacer"

Mientras los ladrones escapaban, el ladrón más joven (con una especialidad MBA) le dijo al ladrón viejo (que apenas terminó la primaria): "Oye viejo, contemos cuánto nos llevamos".

El ladrón viejo, evidentemente enojado, le replicó: "No seas estúpido, es mucho dinero para contarlo, esperemos a que en las noticias nos digan cuánto perdió el banco"

A esto se llama:

"EXPERIENCIA"

La experiencia es más importante que un papel de una institución académica.

Una vez que se fueron los ladrones el gerente del banco le dijo al supervisor que llamara de inmediato a la policía.

El supervisor le dijo: "Alto, alto, antes consideremos los 5 millones que nos faltan del desfalco del mes pasado y lo reportamos como si los ladrones también se los hubieran llevado"

El Gerente dijo:

"Correcto"

A esto se llama:

"GERENCIA ESTRATÉGICA"

"Sacar ventaja de una situación desfavorable."

Al día siguiente en las noticias de la televisión se reportó que se habían robado 100 millones del banco, los ladrones solo pudieron contar 20 millones.

Los ladrones, muy enojados reflexionaron:

"Arriesgamos nuestras vidas por miserables 20 millones mientras el gerente del banco se robó 80 millones en un parpadeo"

Por lo visto conviene más estudiar y conocer el sistema que ser un vulgar ladrón.

Esto es:

"EL CONOCIMIENTO ES TAN VALIOSO COMO EL ORO"

*El gerente del banco, feliz y sonriente, se sintió satisfecho ya que sus pérdidas en el mercado cambiario fueron cubiertas por el robo.

A esto se llama:

"APROVECHAR LAS OPORTUNIDADES

MORALEJA

DALE UN ARMA A UN HOMBRE Y PODRÁ ROBAR UN BANCO.

DALE UN BANCO A UN HOMBRE Y PODRÁ ROBARLE A TODO EL MUNDO.

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24 de marzo de 2025

EL SABER CUESTA


En la fábrica de Ford, un gigantesco generador dejó de funcionar. Los ingenieros intentaron repararlo, pero después de horas de pruebas, nadie lograba encontrar el problema. Desesperado, Henry Ford llamó a un hombre que, aunque pequeño de estatura, era un gigante de la ingeniería: Charles Proteus Steinmetz.

Cuando Steinmetz llegó a la planta, pidió una libreta, un bolígrafo y una cuna para descansar cerca de la máquina. Pasó dos días enteros observando y escuchando el generador, haciendo cálculos y anotaciones. De repente, pidió una escalera y un pedazo de tiza. Subió con dificultad, marcó un punto en la superficie de la máquina y bajó con tranquilidad.

—Quítenle la tapa y remuevan 16 vueltas de cable, justo desde donde hice la marca —indicó a los ingenieros.

Escépticos pero sin alternativas, los trabajadores hicieron exactamente lo que dijo. En cuanto terminaron… el generador volvió a la vida como si nunca hubiera fallado.

Días después, Henry Ford recibió la factura de Steinmetz: $10,000 dólares. Sorprendido, el magnate le pidió que detallara los costos.

El ingeniero le envió una nueva factura con dos simples líneas:

Hacer una marca con tiza en el generador: $1

Saber dónde marcar: $9,999

Ford la pagó sin protestar.

Esta historia es un recordatorio de que el conocimiento y la experiencia no se miden en el tiempo que toma hacer algo, sino en los años de aprendizaje que permiten hacerlo en minutos.

23 de marzo de 2025

CUANTA VERDAD EN ESTE ESCRITO


Cuando era Niño, las clases comenzaban en marzo, descansábamos en Semana Santa y el año Escolar terminaba en Diciembre.

Había algo raro también, los maestros no se enfermaban, no recuerdo que los maestros faltaran dos días seguidos.

Si el maestro te regañaba, no te convenía decir nada en tu casa, porque seguro te volvían a regañar y de paso un castigo.

Ni la lluvia impedía faltar a la escuela, porque era como tu segunda casa, daban ganas de ir. (Y regresar a casa empapado de agua de lluvia era un gran placer).

Al maestro se le respetaba, era como si te regañaran tus propios padres.

Los recreos eran divertidos, nadie andaba pensando en hacer cosas indebidas.

Los maestros tomaban café en la cafetería o en la dirección y nos cuidaban en el patio.

Era un honor llevar y traer los libros del profesor, buscar el mapamundi en la dirección o biblioteca, pedir tizas o tocar el timbre.

Cuando nos daban la carpeta de asistencia de maestros para llevarlo a los salones, era un verdadero honor.

Si pedíamos permiso una vez para ir al baño, teníamos que volver a la mayor rapidez posible. Nos turnábamos para borrar el pizarrón y sacudir los borradores y también era un honor llegar temprano.

Que orgullo tan grande cuando estabas en formación en los honores a la Bandera y que mencionaran tu nombre para salir al frente y que te colocaran la banderita. Qué alegría enorme era contarle a Mamá "izamos bandera " y llegar con la bandera colgada con un ganchito, puesto en la camisa.

Que divertido era Jugar pelota, saltar la cuerda, el quemado, al trompo, canicas y tomar distancia en la fila.

Nos enseñaban que Colón descubrió América y que Simón Bolívar fue el Libertador... era un reto aprender sobre la historia de nuestro país y el mundo... Hoy muchos jóvenes no saben ni el significado de la palabra "bicentenario"...

No sé cuándo aprender historia, pasó a un segundo plano, no sé cuándo los maestros comenzaron a enfermar, para necesitar un remplazo y el remplazo otro suplente... Desde cuándo los padres golpean a los maestros o desde cuándo los mismos alumnos, sacan su furia contra ellos.

Cuándo fue que revisar las cabezas, el corte de cabello, uñas, ausencia de maquillaje en las niñas, el largo de la falda y el estado del uniforme en general, pasó de ser un acto de salubridad a una discriminación.

Cuándo un acto patrio, sólo fue un día feriado... No sé cuando se perdió la Escuela como institución, cuándo se perdieron los valores, el respeto a los maestros como ejecutores de enseñanza.

Si esto es el progreso... perdón señores, pero si esto es progreso, que atrasados andamos.

Yo también viví esa época.

¡QUE FELICES ÉRAMOS!! Tiempos qué solo quedarán en nuestros Recuerdos.

Cuánta verdad hay en estas letras

Hermosos recuerdos de Mi infancia.

13 de marzo de 2025

¿ PONIÉNDOME VIEJO ?

 


Lee esta belleza de Víctor Hugo que enaltece tu condición humana

¿ PONIÉNDOME VIEJO ?

- _Te estás volviendo viejo me dijeron has dejado de ser tú, te estás volviendo amargado y solitario

No, respondí; no me estoy volviendo viejo, me estoy volviendo sabio

He dejado de ser lo que a otros agrada para convertirme en lo que a mí me agrada ser, he dejado de buscar la aceptación de los demás para aceptarme a mí mismo, he dejado tras de mí los espejos mentirosos que engañan sin piedad .

No, no me estoy volviendo viejo, me estoy volviendo asertivo, selectivo de lugares, personas, costumbres e ideologías

He dejado ir apegos, dolores innecesarios, personas, almas y corazones, no es por amargura es simplemente por salud

Dejé las noches de fiesta por insomnios de aprendizaje, dejé de vivir historias y comencé a escribirlas, hice a un lado los estereotipos impuestos, dejé de usar maquillaje para ocultar mis heridas, ahora llevo un libro que embellece mi mente

Cambié las copas de vino por tazas de café, me olvidé de idealizar la vida y comencé a vivirla

No, no me estoy poniendo viejo

Llevo en el alma lozanía y en el corazón la inocencia de quien a diario se descubre

Llevo en las manos la ternura de un capullo que al abrirse expandirá sus alas a otros sitios inalcanzables para aquellos que sólo buscan la frivolidad de lo material

Llevo en mi rostro la sonrisa que se escapa traviesa al observar la simplicidad de la naturaleza, llevo en mis oídos el trinar de las aves alegrando mi andar

No, no me estoy volviendo viejo, me estoy volviendo selectivo, apostando mi tiempo a lo intangible, reescribiendo el cuento que alguna vez me contaron, redescubriendo mundos, rescatando aquellos viejos libros que a medias páginas había olvidado

Me estoy volviendo más prudente, he dejado los arrebatos que nada enseñan, estoy aprendiendo a hablar de cosas trascendentes, estoy aprendiendo a cultivar conocimientos, estoy sembrando ideales y forjando mi destino

No, no es que me esté volviendo viejo por dormir temprano los sábados, es que también los domingos hay que despertar temprano, disfrutar el café sin prisa y leer con calma un poemario.

No es por vejez por lo que se camina lento, es para observar la torpeza de los que a prisa andan y tropiezan con el descontento.

No es por vejez por lo que a veces se guarda silencio, es simplemente porque no a toda palabra hay que hacerle eco.

No, no me estoy poniendo viejo, estoy comenzando a vivir lo que realmente me interesa

Víctor Hugo.

8 de marzo de 2025

El niño que pudo hacerlo


Dos niños llevaban toda la mañana patinando sobre un lago helado cuando, de pronto, el hielo se rompió y uno de ellos cayó al agua. La corriente interna lo desplazó unos metros por debajo de la parte helada, por lo que para salvarlo la única opción que había era romper la capa que lo cubría.

Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero al ver que nadie acudía buscó rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas.

Golpeó, golpeó y golpeó hasta que consiguió abrir una grieta por la que metió el brazo para agarrar a su compañero y salvarlo.

A los pocos minutos, avisados por los vecinos que habían oído los gritos de socorro, llegaron los bomberos.

Cuando les contaron lo ocurrido, no paraban de preguntarse cómo aquel niño tan pequeño había sido capaz de romper una capa de hielo tan gruesa.

-Es imposible que con esas manos lo haya logrado, es imposible, no tiene la fuerza suficiente ¿cómo ha podido conseguirlo? -comentaban entre ellos.

-Un anciano que estaba por los alrededores, al escuchar la conversación, se acercó a los bomberos.

-Yo sí sé cómo lo hizo -dijo.

--¿Cómo? -respondieron sorprendidos.

El anciano respondió:

-"No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo". 

- Eloy Moreno

Cuando se cierra la casa de los abuelos


Uno de los momentos más tristes de nuestras vidas llega cuando se cierra para siempre la puerta de la casa de los abuelos. Al cerrarse esa puerta, damos por finalizados los encuentros con todos los miembros de la familia, que en ocasiones especiales cuando se juntan, enaltecen los apellidos, como si de una familia real se tratase, y llevados siempre por el amor a los abuelos, cual bandera.

Cuando cerramos la casa de los abuelos, damos por terminadas las tardes de alegría con tíos, primos, nietos, sobrinos, padres, hermanos, e incluso, novi@s pasajeros que se enamoran del ambiente que allí se respira. Ni siquiera hace falta salir a la calle, estar en la casa de los abuelos es lo que toda la familia necesitaba para ser feliz.

Los reencuentros en Navidad, regados con el olor a pintura fresca cual incienso, con gaitas y música de Billo’s al fondo, las tertulias de enramada, que cada año que llegan piensas si será la última vez... Cuesta aceptar que esto tenga fecha límite, que algún día todo estará cubierto de polvo y las risas serán un recuerdo ido de tal vez tiempos mejores.

El año pasa mientras esperas estos momentos, y sin darnos cuenta, pasamos de ser niños abriendo regalos, a sentarnos junto a los adultos en la misma mesa, jugando desde el postre del almuerzo, hasta el cafecito de la cena, porque cuando se está en familia, el tiempo no pasa y ese café es sagrado.

Las casas de los abuelos siempre están llenas de sillas, nunca se sabe si un primo traerá a la novia, o a un amigo o al vecino, porque aquí todo el mundo es bienvenido. Siempre habrá una ollita con café, o alguien dispuesto a hacerlo. Saludas a la gente que pasa por la puerta, aunque sean desconocidos, porque la gente de la calle de tus abuelos es tu gente, es tu pueblo.

Cerrar la casa de los abuelos es decir adiós a las canciones con la abuela y a los consejos del abuelo, al dinero que te dan a escondidas de tus padres como si de una ilegalidad se tratase, a llorar de risa por cualquier tontería, o a llorar por la pena de los que se fueron demasiado pronto. Es despedirse de la emoción de llegar a la cocina y destapar las ollas, y disfrutar el plato de ese día.

Así que, si algún día tienes la oportunidad de llamar a la puerta de esa casa y que alguien te abra desde dentro, debes aprovecharla cada vez que puedas, porque entrar ahí es imaginar ver a tus abuelos o a tus viejos, sentados esperando para darte un beso, es sentir la sensación más maravillosa que puedas tener en la vida.

Si resulta que ahora nos toca ser abuelos, y ya nuestros padres no están, nunca perdamos la oportunidad de abrir las puertas a nuestros hijos y nuestros nietos y celebrar con ellos el don de la familia, porque solo en la familia es donde los hijos y los nietos encontrarán el espacio oportuno para vivir el misterio del amor a los más cercanos y a los que les rodean.

Disfruten y aprovechen la casa de los abuelos mientras puedan, pues llegará un momento en que, en la soledad de sus paredes y rincones si cierras los ojos y te concentras, podrás escuchar tal vez el eco de una sonrisa o un llanto atrapado en el tiempo, y al abrirlos de nuevo, la nostalgia te atrapará, y te preguntarás, ¿por qué se fue todo tan deprisa? Y será doloroso descubrir que no todo eso se fue, sólo que lo dejamos ir...

Créditos al autor original

16 de febrero de 2025

Mi alma tiene prisa (Poema golosinas)

He contado mis años y descubrí que tengo menos tiempo que vivir de aquí en adelante, del que ya vivíhsta ahora.

Me siento como un niño que recibió un paquete de dulces: disfrutó ligeramente los primeros, pero cuando se dio cuenta de que quedaban pocos comenzó a saborearlos con mayor intensidad.

Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada. 

Ya no tengo tiempo que perder con gente absurda, con aquellos que, a pesar de su edad, no han madurado.

Mi tiempo es demasiado escaso y valioso para desperdiciar energía en discusiones inútiles, orgullo estéril y superficialidad. 

Quiero la esencia, mi alma tiene prisa… Sin muchos dulces en el paquete…

Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana, autentica, que saben reírse de sus propios errores,

que no están envejecidos ni hinchados de orgullo por los éxitos, que no huyen de sus responsabilidades.

Quiero caminar con quienes defienden la dignidad humana, que cree en la verdad y la honestidad.

Lo esencial: esto es lo que da sentido a la vida,

lo que lo hace hermoso y precioso.

Quiero rodearme de personas que sean capaces de tocar mi corazón y el de los demás,

de aquellos que, a través de las pruebas de la vida, han ablandado el alma en lugar de endurecerla.

Sí, tengo prisa.

Tengo prisa por vivir con esa intensidad que sólo la madurez puede dar.

No quiero desperdiciar ni uno solo de los dulces que me quedan.

Sé que quedarán aún más deliciosos que los que ya he probado.

Mi objetivo es llegar satisfecho y en paz hasta el final, con un corazón tranquilo, rodeada de las personas que amo y en armonía con mi conciencia.

Dicen que tenemos dos vidas, y que la segunda comienza cuando nos damos cuenta de que sólo tenemos uno.

Estoy en mi segunda vida y ya no tengo tiempo para nada más que la felicidad.

Mario de Andrade

Brasil, 1893-1945.

6 de febrero de 2025

No es fácil envejecer

 


No es fácil envejecer,
te tienes que acostumbrar
a caminar más despacio,
a despedirte de quien eras
y saludar a quien te has convertido.

Es difícil esto de cumplir años,
hay que saber aceptar tu nuevo rostro
y pasear con orgullo tu nuevo cuerpo,
desprenderse de vergüenzas,
de prejuicios y del miedo que dan los años,
y dejar que pase lo que tenga que pasar,
dejar que se vaya quien se tenga que ir,
y dejar que se quede el que se quiera quedar.

No, no es fácil esto de hacerse viejo,
hay que aprender a no esperar nada de nadie,
a caminar solo, a despertar solo
y a que no te atrape cada mañana
el tipo que ves frente al espejo,
aceptar que todo se acaba
y la vida también,
saber despedirse de los que se van
y recordar a los que ya se fueron,
llorar hasta vaciarse
hasta secarse por dentro,
para que crezcan nuevas sonrisas,
otras ilusiones y nuevos anhelos.

Alejandro Jodorowsky

3 de febrero de 2025

La gallina endiablada


La serpiente mordió a la gallina, y con el veneno ardiendo en su cuerpo, buscó refugio en su gallinero. 

Pero las demás gallinas prefirieron expulsarla para que el veneno no se propagara.

La gallina salió cojeando, llorando de dolor. No por la mordida, sino por el abandono y el desprecio de su propia familia en el momento en que más los necesitaba.

Así se fue... ardiendo de fiebre, arrastrando una de sus patas, vulnerable a las noches frías. 

Con cada paso, una lágrima caía.

Las gallinas en el gallinero la vieron alejarse, observando cómo desaparecía en el horizonte. Algunas decían entre sí:

— Que se vaya... Morirá lejos de nosotras.

Y cuando la gallina finalmente se desvaneció en la inmensidad del horizonte, todas estaban seguras de que había fallecido. 

Algunas incluso miraban al cielo, esperando ver buitres volando.

Pasó el tiempo.

Mucho después, un colibrí llegó al gallinero y anunció:

— ¡Su hermana está viva! Vive en una cueva muy lejos de aquí. 

Se recuperó, pero perdió una pata por la mordida de la serpiente.

 Le cuesta encontrar comida y necesita su ayuda.

Hubo un silencio. Luego comenzaron las excusas:

— No puedo ir, estoy poniendo huevos...

— No puedo ir, estoy buscando maíz...

— No puedo ir, tengo que cuidar a mis pollitos...

Así, una por una, todas rechazaron la petición. El colibrí regresó a la cueva sin ayuda.

Pasó el tiempo nuevamente.

Mucho después, el colibrí volvió, pero esta vez con una noticia dolorosa:

— Su hermana ha fallecido... Murió sola en la cueva... No hay quien la entierre ni quien la llore.

En ese instante, un peso cayó sobre todas. Un profundo lamento llenó el gallinero.

Quienes ponían huevos, pararon.

Quienes buscaban maíz, dejaron las semillas.

Quienes cuidaban polluelos, los olvidaron por un momento.

El arrepentimiento dolía más que cualquier veneno. ¿Por qué no fuimos antes?, se preguntaban.

Y sin medir la distancia ni el esfuerzo, todas partieron hacia la cueva, llorando y lamentándose. Ahora sí tenían un motivo para verla, pero ya era tarde.

Al llegar a la cueva, no encontraron a la gallina... Solo hallaron una carta que decía:

"En la vida, muchas veces las personas no cruzan la calle para ayudarte cuando estás vivo, pero cruzan el mundo para enterrarte cuando mueres. 

Y la mayoría de las lágrimas en los funerales no son de dolor, sino de remordimiento y arrepentimiento".